Suelo observar el entorno cuando camino por la ciudad. Analizo cada locación por la que paso en mi regreso a casa, porque en el escenario suelen surgir cambios imprevistos. “¿Y esto cuando pasó?”, a veces me pregunto. Así sucedió cuando pasaba por la avenida Esmeraldas y vi que en un terreno abandonado, la maleza y los desperdicios habían desaparecido de repente. Me quedé un momento pensando… ¿Qué día sucedió aquella limpieza? ¿Quién se encargó de esta tarea? ¿El Municipio al fin se dio cuenta de la importancia de un espacio verde en esta zona? ¿Hasta cuándo va a durar este sitio limpio? Las preguntas vienen a la mente, de la misma manera en que los autos pasan por la avenida.
El lugar antes ignorado, en el que se podía esperar que saliera una serpiente con una funda de papas en la cabeza, se convirtió en una cancha de futbol, con los límites definidos y con los arcos de portería, además de los asientos pintados, todo de color rosa, para darle uniformidad al escenario.
Andrés, un viejo amigo del barrio, salió por las escaleras que conecta, como si de un pasaje secreto se tratase, la calle Guayaquil con el lote abandonado. Lo vi y me dirigí a él por la pendiente inclinada para poder topármelo y que me diga sobre qué había pasado con el lugar.
Luego de las preguntas típicas del cómo hemos estado y qué tal nos va, pregunto sobre quién fue el dirigente de la obra.
-Fueron los mismos señores que jugaban partido en esa cancha de cemento por las noches, dijo.
A mi mente vino la idea: “Supongo que los jugadores se cansaron de no poder barrerse en la cancha de cemento como si de la misma tierra se tratase.”
Andrés, al igual que yo, en su paso de regreso a casa se sorprendió que no había la maleza y observó que las mismas personas que jugaban futbol estaban pintando los límites de la cancha de cemento y los asientos.
-Solo faltaría que el municipio meta dinero y ayude para que quede bien el sitio. Creo que si meten dinero esto sería un nuevo parque.
¡Es verdad! Que este lote puede ser más que solo un lugar para jugar futbol. Un par de columpios, resbaladeras y demás juegos junto con buena iluminación pública y seguridad podrían enriquecer el sector.
Y a la vez que pensaba sobre lo que podría significar si el municipio ayudara financieramente recordé, tanto Andrés como yo, el obstáculo que significaría aquella casa abandonada ubicada en la esquina del gran lote.
-Aunque si hay algo de lo que tengo que quejar de pronto seria que la casa de allá da bastante mala vibra
Le agradezco y luego nos despedimos.
Caminando por el pasaje de regreso a mi ruta habitual, pensaba en esa casa de tres pisos despintada con un dueño desconocido. Recordaba en las historias que suelen contarse en el barrio acerca de su utilización de guarida para ladrones y gente de mala muerte, en el rumor de la existencia de túneles que sirven de escondite al momento en que llega la policía.
Antes de llegar a mi destino decidí hacer una parada en la tienda sabiendo que me atendería otro amigo que me ayudara con su opinión y conocimiento sobre ese lote. Gonzalo, un amigo que ayuda a su madre en la tienda, me atendió el pedido de un helado barato que solo serviría de excusa para iniciar la conversación y pedirle que me deje grabar su voz.
Dentro de su corto comentario me llamó la atención cuando mencionó que no solo los que utilizaban las canchas habían colaborado, a ellos se habían sumado demás vecinos. Había sido una minga barrial improvisada donde los jugadores de futbol fueron quienes dieron ese empujón a la limpieza del lote.
Me sentía admirado, pero debía apresurar el paso. Ya que la noche está cayendo y no sabía si alguien de aquella casa del terror, donde los monstruos, brujas y duendes que fueron reemplazados por delincuentes y drogadictos, saldría a pedirme la hora.
Llegué a mí casa y, la sorpresa efímeramente y satisfactoria sobre el acontecimiento de limpieza de aquel espacio olvidado fue contado por mi madre iniciando con la pregunta ¿Viste que limpiaron el lote ese? Le respondí afirmativo y le conté lo que mis amigos me habían dicho. Acabé con la cena y la noche y, en la mañana siguiente en mi regreso a casa, volví a prestar atención por si encuentro un cambio que me haga decir “¿Y esto cuando pasó?”
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